Por Anna Villagrasa, consultora de IdenCity.

Durante los últimos años y en vista de los estudios científicos sobre el cambio climático, cada vez más pesimistas, tal vez más personas se empiezan a cuestionar el modelo en el que se basan nuestras sociedades.

Actualmente, los países ricos se asocian con altos niveles de desarrollo humano, con altas rentas per cápita, esperanza de vida y seguridad alimentaria, entre otros. Sin embargo, sus sistemas se basan en un sistema económico tradicional, que requiere del crecimiento ilimitado para prosperar y seguir manteniendo dicho nivel de vida, que no tiene en cuenta las necesidades del planeta (Hirvilammi, 2020). Según datos de la Agencia Europea del Medio Ambiente representados en la figura 1, el nivel de bienestar humano, medido a través del índice de desarrollo humano, y la huella de carbono parecen tener una alta correlación negativa. Es decir, que hay una alta asociación entre altos niveles de desarrollo y el daño que se causa al planeta.

Figura 1. Relación entre el Índice de Desarrollo Humano (eje vertical) y la huella de carbono (eje horizontal).

Nota. Correlación entre la Huella Ecológica y el Índice de Desarrollo Humano, de Agencia Europea del Medio Ambiente (EEA), 2018. https://www.eea.europa.eu/es/data-and-maps/figures/correlation-between-ecological-footprint-and

El desarrollo sostenible ha de tener en cuenta los problemas económicos, sociales y ecológicos (Helne et al., 2012; Fitzpatrick y Cahill, 2002), pero según los datos de la EEA actualmente no hay ningún país que haya logrado alcanzar los niveles más altos de desarrollo sin traspasar las barreras planetarias. Entonces, ¿es posible encontrar el equilibrio? Uno de los principales causantes de esta incompatibilidad es la manera como se satisfacen actualmente la mayoría de necesidades. Es decir, la necesidad de saciar el hambre nunca puede dejar de existir, pero hay diferentes maneras de satisfacerla, y puede que la actual no sea la más adecuada (Gough, 2020). Ante este desafío, se han propuesto ideas como el crecimiento verde, que permite seguir financiando las necesidades sociales mediante el crecimiento responsable y orientado a aumentar la sostenibilidad o la economía circular, que pretende eliminar el desperdicio de residuos y separar el crecimiento económico del consumo de recursos finitos. En este contexto de búsqueda del equilibrio entre el medio ambiente, la sociedad y la economía surgen iniciativas como los indicadores de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), cuyos objetivos sociales, económicos, ecológicos y transversales pretenden ser una herramienta para evaluar el equilibrio en el cumplimiento de los objetivos. También dentro de este paradigma, la Economía del Donut, desarrollada por la profesora Kate Raworth ilustra un marco de acción. La idea principal es que todas las políticas deben ofrecer un nivel mínimo de bienestar a los humanos, pero sin traspasar el máximo impacto medioambiental que el planeta puede asumir de manera segura y sostenida. Así pues, la Economía del Donut debe su nombre a su representación gráfica, representada en la figura 2: una circunferencia exterior que marca el techo ecológico y una interior que marca el mínimo bienestar. Las acciones deben estar entre estas dos circunferencias, pues acciones que traspasen el techo ecológico contribuyen al cambio climático y sus consecuencias derivadas, mientras que aquellas que no cumplan con los mínimos de bienestar contribuirán a problemas sociales como inseguridad alimentaria, mortalidad infantil y pobreza.

Figura 2. Representación gráfica de la Economía Donut.

Representación gráfica de la Economía Donut.
Nota. El Donut de los límites sociales y planetarios, de Kate Raworth, 2017.

Intentar cambiar el sistema entero es un gran desafío, pues requiere de coordinación con todos los otros agentes que forman parte del mismo. En este sentido, el rol de las ciudades es una pieza clave para lograr una transformación real a todos los niveles.  Las ciudades representan un microcosmos de los procesos y fenómenos que se observan a un nivel más elevado. A su vez, disfrutan de una posición privilegiada como puertos estratégicos y de conexiones con otras ciudades – pudiendo ser más ágiles y menos burocráticas que otros niveles administrativos si tienen suficientes competencias. Esto hace que pueden ser las pioneras, sirviendo como proyectos piloto y logrando implantar cambios duraderos que podrán ser escalados orgánicamente.

Ciudades como Ámsterdam se han fijado en el Modelo Donut para diseñar la estrategia de recuperación de la ciudad en el contexto post-pandémico. Su plan se basa en cuatro ejes socialesque deben interactuar con los siete objetivos ecológicos identificados por la ciudad como posibles puntos de mejora. Ámsterdam define la base social como una ciudad sana, conectada, empoderada y activa. A su vez, cada uno de estos objetivos sociales se asocia con cuatro metas relativas a un tema concreto. Por otro lado, los ejes agua, aire y tierra se asocian con metas específicas para la reducción de emisiones y la transformación de los sistemas de provisión de energía. El plan de Ámsterdam se concibe pensando en la ciudad como un actor global, cuyas acciones tienen repercusiones fuera de sus fronteras, así pues, las metas relativas a los umbrales ecológicos máximos contribuyen a la reducción de la huella de carbono en el cómputo global, mientras que la base mínima social implica que las metas se cumplan también en otros lugares que se relacionan con la ciudad. Por ejemplo, reducir la dependencia de productos importados de China podría contribuir a reducir la contaminación del aire, mientras que aumentar el comercio justo podría contribuir a que países exportadores pudiesen mejorar la salud de sus ciudadanos.   

Aunque aún es temprano para poder analizar el éxito de su plan, estrategias como estas parecen ser un buen punto de arranque para empezar a reconstruir sociedades equilibradas y verdaderamente sostenibles para todos. Y es que la transformación hacia la economía del donut puede tener efectos muy positivos para la ciudad que la impulsa. Una ciudad respetuosa con el medio ambiente y con sus habitantes contribuye a mejores niveles de salud (Capaldi et al., 2015; Hanski et al., 2012) y cohesión social, lo cual puede dar pie al desarrollo de iniciativas que refuercen el ecosistema ciudad (Millennium Ecosystem Assessment, 2005). Por ejemplo, acciones que disminuyan la segregación por renta mediante la creación de viviendas asequibles con acceso a zonas verdes, contribuyen a reducir los efectos de la contaminación, así como a aumentar la integración de vecinos y vecinas en el barrio y las actividades en el mismo, lo cual podría propiciar economías colaborativas y negocios locales; además de contribuir al cumplimiento global de los objetivos de desarrollo sostenible.